Greta Garbo: el eterno mito de Suecia en Hollywood

Greta Garbo: el eterno mito de Suecia en Hollywood
Photo by Europeana / Unsplash

Suecas inolvidables – Pocas figuras encarnan tan bien ese título como Greta Garbo, la legendaria actriz nacida en Suecia que conquistó Hollywood. Su sola mención evoca misterio, elegancia y talento. Conocida como “La Divina” y célebre por proclamar “quiero estar sola”, Garbo fue mucho más que una estrella de cine mudo y sonoro: fue un fenómeno cultural. A continuación exploramos su vida, desde sus humildes inicios en Estocolmo hasta el mito que perdura hoy, en un viaje biográfico y a la vez personal por la memoria de una sueca inolvidable.


Inicios en Suecia

Greta Lovisa Gustafsson nació el 18 de septiembre de 1905 en Södermalm, un barrio obrero de Estocolmo, siendo hoy su 120 aniversario (por el día que publico esta biografía). Creció en una familia de recursos modestos; su padre era un trabajador de limpieza y su madre empleada doméstica . Desde niña mostró inclinación por el teatro y la fantasía, aunque la vida pronto la puso a prueba. A los 14 años perdió a su padre y, siendo la menor de tres hermanos, debió ayudar a sostener el hogar. Dejando los estudios, trabajó primero en una barbería y luego en los grandes almacenes PUB de Estocolmo, la tienda departamental más famosa de la ciudad . Allí pasó de vendedora a modelo de sombreros, ya que su fotogenia no pasó desapercibida. Con apenas 16 años protagonizó anuncios publicitarios filmados para el cine –como Mr. and Mrs. Stockholm Go Shopping (1920)– que le dieron sus primeras experiencias frente a la cámara .

Dramaten de Estocolmo. Foto: Daniel Aragay

Aquella adolescencia entre el trabajo y el deber familiar no apagó su sueño artístico. En 1922 Greta consiguió una beca para estudiar arte dramático en la Real Academia de Estocolmo (Dramaten) . Simultáneamente, obtuvo pequeños papeles en producciones suecas –incluida una comedia titulada Luffar-Petter (1922)– y continuó apareciendo en cortometrajes comerciales . Fue durante esos años de formación cuando decidió acortar su apellido; influenciada por maestros y buscando algo más sonoro, la joven Gustafsson adoptó el nombre artístico Greta Garbo. La elección final del famoso “Garbo” fue sugerida por el director sueco Mauritz Stiller, figura clave en su destino .

El encuentro de Garbo con Stiller –uno de los directores más respetados del cine sueco mudo– cambiaría su vida. En 1924 Stiller la escogió para su nueva película épica Gösta Berlings saga (La saga de Gösta Berling), adaptación de la novela de Selma Lagerlöf . A los 18 años, Greta obtuvo así su primer papel protagonista en el cine. Stiller se convirtió en su mentor estricto pero dedicado: le enseñó técnicas de actuación para la pantalla, le inculcó disciplina y hasta aconsejó sobre su imagen personal . Bajo su tutela, Garbo brilló en el papel de la condesa Elizabeth Dohna, demostrando una presencia cautivadora aunque todavía ingenua como actriz. La película se estrenó en 1924 y, si bien en Suecia tuvo críticas mixtas, en el extranjero fue bien recibida . De la noche a la mañana, la muchacha de origen humilde había ingresado al cerrado círculo cinematográfico de Estocolmo . En pocos meses, Greta Garbo empezaba a ser un nombre conocido en Europa gracias a su belleza melancólica en pantalla.

Greta Garbo en Gösta Berlings saga

Tras Gösta Berlings saga, la joven actriz participó en 1925 en Die Freudlose Gasse (La calle sin alegría), un drama social filmado en Alemania por el director G.W. Pabst . Compartió créditos con la estrella danesa Asta Nielsen, a quien Garbo admiraba, y continuó puliendo su arte bajo mirada internacional . Su ascenso llamó la atención de los cazatalentos de Hollywood. Ese mismo año, Louis B. Mayer, poderoso jefe de Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), ofreció a Mauritz Stiller un contrato en Estados Unidos. Stiller aceptó con la condición de que Garbo fuese incluida en el trato . Con apenas 19 años, Greta dejó Europa abordando un barco en julio de 1925 rumbo al Nuevo Mundo . Dicen que en su partida, solo su familia la despidió en la estación de tren, mientras ella contenía las lágrimas; presagiaba que dejaba atrás su amada Suecia para buscar un destino incierto . La “chica de Stiller” viajaba a América sin saber inglés, tímida y desconocida, sin imaginar que estaba a punto de convertirse en un mito del cine.

Carrera en Hollywood

La llegada de Greta Garbo a Estados Unidos fue tan discreta como lo había sido su infancia. Cuando pisó Nueva York en 1925, apenas un fotógrafo apareció para documentar el momento . En Hollywood nadie sabía aún quién era esa joven europea de rostro solemne, considerada simplemente la protegida del célebre Mauritz Stiller . Pero en cuestión de meses, Garbo empezaría a labrar su leyenda. Al principio sufrió la barrera del idioma y las exigencias del star-system. MGM la envió a hacerse pruebas de cámara que no impresionaron al estudio: lucía fuera de los cánones, con ropa sencilla y sin hablar inglés . Le recomendaron cortar y peinar su cabello, perfeccionar su sonrisa y pulir su estilo. A regañadientes, Greta se sometió a una transformación. Irving Thalberg, el joven prodigio de MGM, supervisó su “americanización”: le arreglaron los dientes, le cambiaron el guardarropa, la pusieron a dieta estricta y la animaron a tomar clases intensivas de inglés . “La técnica del maquillaje transformó a una joven ingenua en una mujer apasionada y tentadora; su figura se estilizó con rigor y su magnífico porte, a la vez lánguido y enérgico, fue resaltado con sofisticación”, describiría un cronista de la época . Garbo, con su disciplina férrea, asimiló estos cambios sin perder la esencia de su mirada melancólica.

En 1926, MGM finalmente la lanzó al público en la película Torrent (Tormenta), donde interpretó a una campesina española . Durante ese rodaje, según Vanity Fair, Garbo terminaba de forjar su personalidad cinematográfica: la joven introvertida se convertía ante las cámaras en un torrente de emociones contenidas, con esa mezcla de vulnerabilidad y magnetismo que pronto sería su sello. Después de Torrent, actuó en The Temptress (1926, estrenada en español como La tentadora), y aunque su mentor Stiller estuvo involucrado inicialmente en esa cinta, las tensiones con MGM llevaron a su reemplazo como director . Paradójicamente, Stiller regresó a Suecia derrotado profesionalmente, mientras Garbo se quedaba en Hollywood para triunfar en solitario. Ese mismo año protagonizó Flesh and the Devil (El demonio y la carne, 1926) junto a John Gilbert, uno de los galanes más famosos del cine mudo . La química ardiente entre Garbo y Gilbert traspasó la pantalla y el filme fue un gran éxito que consolidó a Greta como nueva estrella de MGM. Con apenas 21 años, su nombre ya encabezaba carteleras internacionales.

Greta Garbo en Flesh and the Devil

A finales de los años 20, Garbo se había convertido en la actriz más taquillera de su estudio . Películas mudas como The Mysterious Lady (1928), A Woman of Affairs (1928) y The Kiss (1929) afianzaron su imagen de mujer sofisticada y algo inaccesible. Su estilo interpretativo sorprendía en una época de gestos exagerados: Garbo actuaba con sutileza minimalista, transmitiendo tormentos internos con una mirada o un leve gesto. Hollywood empezó a rodearla de un aura especial, promoviendo su misticismo nórdico. La prensa la apodó “The Swedish Sphinx” (la esfinge sueca) por su rostro impenetrable y “La Divina” por la devoción que inspiraba . Mientras otras estrellas se prodigaban en eventos sociales, Greta huía de las fiestas y entrevistas, alimentando su leyenda de esfinge solitaria.

El mayor desafío llegó con el cine sonoro. Muchos temían que la voz de Garbo (y su marcado acento extranjero) no sobrevivirían al micrófono, pero ella venció al sonido con la misma elegancia con que había conquistado al cine mudo . Su primera película sonora, Anna Christie (1930), fue anunciada con bombo y platillo: “¡Garbo habla!” decía la publicidad . Y cuando el público escuchó por primera vez su voz grave y sedosa entonando “Dame un whisky, ginger ale aparte, y no seas tacaño” en la pantalla, quedó fascinado. Garbo obtuvo una nominación al Óscar por Anna Christie, demostrando que su talento trascendía idiomas. Ese mismo año rodó Romance (1930), y la Academia la nominó nuevamente. Había sobrevivido con éxito a la transición tecnológica que sepultó la carrera de muchos colegas –de ahí que se la llamara “la actriz que venció al sonido”–.

Durante la década de 1930, Greta Garbo reinó en Hollywood. Convertida en la actriz mejor pagada de MGM , escogía sus proyectos con sumo cuidado. Entre sus películas más emblemáticas de esos años figuran Mata Hari (1931), donde encarnó a la célebre espía exótica, y Grand Hotel (1932), drama coral que ganó el Oscar a Mejor Película. Grand Hotel incluyó la famosa escena donde Garbo, envuelta en abatimiento, pronuncia “I want to be alone” –traducida al español como “¡quiero estar sola!”– . La frase, pensada para su personaje, se asoció inmediatamente a la propia Garbo, reforzando su imagen de diva solitaria. En 1933 llegaría otro de sus hitos: Queen Christina (La reina Cristina de Suecia), película donde interpretó a la monarca sueca del siglo XVII que se disfrazaba de hombre para poder reinar libremente. Garbo se volcó en ese papel con orgullo patriótico –era su manera de rendir homenaje a Suecia– y con un guiño a su propia naturaleza independiente. La película, muy osada para su época, la reunió además con John Gilbert una vez más en pantalla, cerrando el círculo de su antigua pasión.

En 1935 protagonizó Anna Karenina, adaptando la novela de Tolstói, y en 1936 alcanzó quizá la cúspide de su arte con Camille (Margarita Gautier), basada en La dama de las camelias. Su interpretación de la trágica Marguerite Gautier es considerada la mejor de su carrera por muchos críticos . El desenlace de Camille –Garbo muriendo en la cama, exhalando suavemente mientras una lágrima rueda por su mejilla– ha sido elogiado como uno de los momentos más bellos filmados en la historia del cine . Con Camille, “La Divina” volvió a ser nominada al Oscar, consolidando una filmografía breve pero impactante.

Sin embargo, hacia finales de los años 30 el panorama empezó a cambiar. Hollywood mutaba sus gustos y nuevas actrices emergían. Garbo, que siempre había interpretado papeles románticos y dramáticos, probó suerte con la comedia en Ninotchka (1939). La campaña publicitaria proclamaba “¡Garbo ríe!”, ya que era la primera vez que se la veía en un rol humorístico. Ninotchka, dirigida por Ernst Lubitsch, resultó un éxito y humanizó la imagen fría de Greta mostrando su vis cómica. Obtuvo con ella su cuarta nominación al Oscar. Pero tras esa breve reinvención, vino el desengaño final: Two-Faced Woman (La mujer de las dos caras, 1941) no tuvo buena recepción de crítica ni público . Garbo había cumplido 36 años y llevaba 17 películas a sus espaldas. Perfeccionista e intolerante al fracaso, decidió que era el momento de retirarse en sus propios términos. En 1941, Greta Garbo se retiró definitivamente del cine y “desapareció en el horizonte como un misterioso barco de vela que entiende que no puede con todo”, según la poética descripción de Katharine Hepburn . La gran estrella sueca, que había puesto Hollywood a sus pies, se esfumaba repentinamente en la neblina de la historia.

Greta Garbo en Ninotchka

Orientación y vida privada

Si Garbo brilló con intensidad en la pantalla, fuera de ella prefería las sombras. Desde muy temprano desarrolló una fuerte reserva frente a la prensa y el público. Detestaba los reportajes y las sesiones fotográficas que no fueran estrictamente parte de su trabajo. “Odio esa maldita necesidad de tener que hablar de mí”, llegó a decir en una rara entrevista. Su aversión a la vida social de Hollywood era notoria: mientras sus contemporáneas frecuentaban fiestas y estrenos, Greta se quedaba en casa o daba solitarios paseos. Amaba actuar, pero aborrecía la farándula y la exposición mediática . Este rechazo alimentó aún más su aura enigmática. La llamaban “la esfinge” porque guardaba silencio ante las preguntas, y con los años forjó casi un mito de misantropía. En realidad, Garbo no era arisca con quienes realmente la conocían; simplemente estaba desesperada por preservar una parcela de vida privada en un mundo que pedía saberlo todo de ella.

Esa férrea privacidad ha dado pie a innumerables especulaciones sobre su vida íntima, especialmente acerca de su orientación sexual. Garbo nunca se casó ni tuvo hijos, y apenas se le conocieron romances oficiales. Los biógrafos han debatido durante décadas y muchos coinciden en describirla como bisexual, dada la evidencia de relaciones tanto con hombres como con mujeres . En su juventud en Suecia, Greta tuvo un novio llamado Max Gumpel, con quien mantuvo una linda amistad incluso después de romper el noviazgo . Pero también en esos años formativos vivió intensas amistades con compañeras de teatro como Mimi Pollak y Vera Schmiterlöw, que algunos interpretan como primeros amores entre mujeres . De hecho, en 2005 salieron a la luz cartas personales que Garbo le escribió a Mimi Pollak a lo largo de su vida, y en ellas la actriz deja entrever sentimientos profundos. Cuando Pollak –ya casada con un hombre– le anunció su embarazo en 1930, Garbo le respondió con melancolía: “No podemos evitar nuestra naturaleza, tal como Dios la creó. … Siempre he creído que tú y yo estábamos hechas la una para la otra” . Frases como esa revelan que el corazón de Greta albergaba un amor no realizado hacia su amiga, en una época en que tales confesiones debían ocultarse.

Ya en Hollywood, el gran amor conocido de Garbo fue John Gilbert, su coprotagonista de El demonio y la carne. Su romance apasionado fue el tema favorito de la prensa en los años 20. Llegaron a planear boda doble con otro famoso director y su novia, según contaban las revistas, pero a última hora Garbo plantó a Gilbert en el altar . Simplemente no se presentó el día de la ceremonia, alegando nervios e indecisión. “Estaba enamorada de él, pero me paralicé. Siempre quise ser la jefa”, confesó años después, reflejando su temor a perder independencia . Tras aquel episodio, la relación se enfrió aunque siguieron siendo amigos. Gilbert, que tenía un carácter complicado, acabó casándose con otra actriz, e irónicamente Garbo fue quien se mantuvo soltera.

La lista de supuestos amantes de Greta Garbo es larga y envuelta en bruma. Se le han atribuido romances con figuras masculinas como el director Erich Maria Remarque, el fotógrafo Cecil Beaton o el compositor Leopold Stokowski, entre otros. Llama la atención que varios de esos hombres eran homosexuales o bisexuales conocidos, lo que sugiere que Garbo encontraba afinidad y quizás una suerte de complicidad con quienes también vivían al margen de las normas convencionales . Pero más sonados aún han sido los nombres femeninos vinculados a ella. La escritora Mercedes de Acosta, abiertamente lesbiana, fue probablemente la relación más significativa de Garbo en el terreno sentimental durante los años 30. Se conocieron en Hollywood y entablaron una íntima amistad; intercambiaron apasionadas cartas (de Acosta llegó a escribir “No puedo apartar tu rostro de mi mente” dirigiéndose a Greta). Aunque Garbo jamás confirmó públicamente esa relación, se distanció de Mercedes cuando esta publicó indiscretas memorias insinuando su affaire. Otras mujeres famosas rumoreadas en su vida incluyen a la actriz Marlene Dietrich –se ha especulado sobre un idilio en el Berlín de los años 20, algo que Dietrich siempre negó tajantemente–, la actriz Louise Brooks, e incluso estrellas como Claudette Colbert o Katherine Hepburn llegaron a sonar en los cotilleos de la época como posibles conquistas de Garbo . Es difícil separar la realidad de la leyenda en estos casos, puesto que Garbo guardó silencio absoluto. Lo que sí está claro es que frecuentó un círculo de amigos LGBTQ en Hollywood conocido extraoficialmente como el “sewing circle” (círculo de costura), del cual formaban parte varias actrices y escritoras homosexuales o bisexuales que se apoyaban mutuamente en una industria poco tolerante.

Más allá de con quién compartiera la intimidad, Greta Garbo destacó por su soledad elegida. Tras retirarse del cine, esa soledad se hizo aún más marcada: vivió el resto de su vida prácticamente como una reclusa voluntaria. Se instaló en un elegante apartamento de Nueva York y paseaba anónimamente por la ciudad, protegida tras gafas oscuras, convirtiéndose en “un fantasma del paisaje neoyorquino”, tal como la describió un periodista . Nunca otorgó entrevistas en sus décadas de retiro, rechazó invitaciones a eventos homenaje y se negó a comentar sobre su pasado. Esta actitud ha llevado a interpretaciones diversas: para algunos era una excentricidad de diva, para otros una forma digna de controlar su propia narrativa. Quizá simplemente Garbo había dado todo de sí en la pantalla y ansiaba una vida normal, lejos de los focos que tanto la agobiaron. Sus amistades en ese largo ocaso fueron contadas: entre ellas su hermana, algún sobrino, y amigos cercanos como Salka Viertel (guionista que colaboró con ella) o Gayelord Hauser (nutricionista de celebridades, con quien se la vinculó platónicamente ). “La Divina” eligió el silencio hasta el final, preservando así el enigma que la rodeaba. Irónicamente, ese silencio ha hecho correr ríos de tinta sobre su persona: cuanto menos decía Garbo, más se hablaba de Garbo.

Escena donde dice “I want to be alone”

Influencia cultural

Greta Garbo no solo marcó su época; su influencia se ha extendido sobre generaciones posteriores en la cultura popular. En vida ya era un icono de estilo imitado en todo el mundo. Su rostro de rasgos esculturales, esos pómulos altos y ojos soñadores, definieron el arquetipo de la femme fatale sofisticada de los años 20 y 30. Mujeres de distintas latitudes copiaban su peinado con raya al lado y sus cejas finísimas arqueadas. Su guardarropa, tanto dentro como fuera de la pantalla, también dejó huella: Garbo fue pionera en lucir ropa masculina con elegancia, usando pantalones amplios, boinas y americanas holgadas en su vida diaria mucho antes de que eso fuera común en las mujeres . Esa estética andrógina inspiró a diseñadores y rompió moldes de moda femenina. Fue nombrada entre las mujeres mejor vestidas de su tiempo, aunque irónicamente prefería trajes sencillos y confortables en vez de lujosos vestidos de gala. Su imagen combinaba la gracia europea clásica con un aire moderno y autónomo, y esa combinación siguió siendo referencia de glamour en décadas sucesivas.

En el plano cinematográfico, Garbo dejó un legado tangible: ayudó a redefinir la actuación en cine. Sus interpretaciones introspectivas anunciaron un estilo más naturalista y sutil que influiría en actores posteriores. Grandes divas de Hollywood como Ingrid Bergman, Marilyn Monroe o Marlene Dietrich la admiraban profundamente. Bette Davis confesó que de joven vio Camille decenas de veces para aprender de Garbo. Y directores de distintas eras han rendido homenaje a su mística: desde fotografías icónicas (como las de Cecil Beaton o Clarence Bull que inmortalizaron su mirada) hasta películas inspiradas en ella. Por ejemplo, la película The Artist (2011), ambientada en la transición al sonoro, toma elementos de su historia y de la de John Gilbert para construir su trama . En la cultura popular, su apellido se volvió sinónimo de misterio y retirada a tiempo: se habla del “síndrome Garbo” para describir a artistas que se apartan de la fama en su apogeo. Incluso su famosa línea “I want to be alone” ha sido citada y parodiada incontables veces, pero siempre con un dejo de reverencia hacia la figura original que la pronunció en Grand Hotel.

Greta Garbo por Cecil Beaton

Una dimensión importante de la influencia de Garbo ha sido en el imaginario LGBTQ. Con el tiempo, Greta Garbo se consagró como un ícono queer avant la lettre. En su época, vivir abiertamente como homosexual o bisexual estaba fuera de discusión, pero Garbo –sin declararlo jamás– representó para muchos la posibilidad de una vida diferente. Sus personajes a menudo desafiaban convenciones de género: piénsese en la reina Cristina vistiéndose de hombre y besando a su dama de compañía en una escena sutil pero osada para 1933, guiño que las audiencias LGBTQ han celebrado con el tiempo. Su preferencia por la ropa neutra y su desprecio por los roles femeninos tradicionales la hicieron identificable para mujeres que no encajaban en el molde impuesto. Además, el hecho de que mantuviera romances con mujeres, conocido ya por biógrafos, la convirtió en figura reivindicada por la comunidad gay y bisexual. En los años posteriores a su retiro, círculos artísticos queer la veneraban como musa: era alguien que, en silencio, había burlado las expectativas heteronormativas de Hollywood. A día de hoy, Garbo aparece en listas de referentes LGBTQ de la historia del cine –una especie de madrina silenciosa de la diversidad sexual en la Edad de Oro–. Su legado en este sentido es sutil pero poderoso: demostró que una mujer podía vivir a su modo, sin casarse ni dar explicaciones, y aun así (o quizás por eso mismo) ser admirada mundialmente.

Garbo también fue icono de la modernidad en un sentido amplio. Su actitud reservada anticipó cierta rebeldía contra el espectáculo de la celebridad. Muchas artistas posteriores, desde Audrey Hepburn hasta J.D. Salinger (en literatura), han sido comparados con Garbo por apartarse del ojo público. Ella marcó la pauta de que a veces el misterio genera más fascinación que la exposición constante. Su célebre apodo de “La Divina” apuntaba a algo casi etéreo: Garbo era vista como una criatura de otro mundo, inalcanzable y superior, cual diosa distante. Esa noción de la estrella intocable prácticamente nació con ella y moldeó la manera en que se construyeron imágenes de figuras públicas posteriormente. En la cultura popular, sigue habiendo referencias que nos recuerdan a Greta Garbo en canciones, libros y películas. Por ejemplo, su nombre encabeza la lista de iconos femeninos en la canción “Vogue” de Madonna, junto a Monroe y Dietrich, lo que muestra su perdurable lugar en el panteón del glamour. Y cada vez que en una historia aparece una actriz ficticia que abandona la fama misteriosamente, la sombra de Garbo asoma como inspiración.

Legado

Hablar de Greta Garbo hoy es hablar de un mito que perdura. Han pasado décadas desde que filmó su última escena y más de un siglo desde su nacimiento, pero sigue vigente en la memoria colectiva. Su contribución al cine clásico es inmortal: el American Film Institute la nombró la quinta estrella femenina más grande de la historia del cine estadounidense . Sus películas se restauran y reeditan continuamente, presentando a nuevas generaciones aquel rostro luminoso en blanco y negro que parece encapsular toda la magia del Hollywood dorado. En Estocolmo, su ciudad natal, su legado es motivo de orgullo nacional. Su tumba en el cementerio de Skogskyrkogården es visitada por admiradores de todo el mundo que dejan flores y notas agradeciéndole. Suecia emitió sellos postales con su imagen y nombró salones en su honor. En 2021, con motivo de los 30 años de su fallecimiento, retrospectivas de su obra se exhibieron en filmotecas y canales de cine clásico, demostrando que su arte sigue inspirando emociones fuertes.

Billete de 100 coronas suecas. Foto: Daniel Aragay

Pero más allá de premios y rankings, el legado de Garbo es sobre todo emocional y simbólico. Representa la esencia misma de la estrella de cine clásica: talento, belleza, misterio y destino trágico (o al menos melancólico). Su decisión de retirarse en la cúspide le agregó una capa de romanticismo a su figura, haciendo que muchos se pregunten “¿y si hubiera seguido actuando?”. Esa pregunta sin respuesta contribuye a que su mística permanezca intacta. Jamás la vimos envejecer en pantalla; para el público, Garbo quedó congelada en el tiempo, joven y hermosa para siempre, lo que acrecienta su leyenda. Su misticismo ha sido objeto de numerosos libros, documentales y estudios. Cada biógrafo que se ha acercado a ella –desde Karen Swenson hasta Barry Paris o más recientemente Robert Gottlieb– ha intentado descifrar el enigma de su personalidad, pero probablemente ni las decenas de cartas publicadas ni los testimonios ajenos logren agotar la complejidad de Greta Garbo. Quizá, como dijo un crítico, Garbo “era de otro planeta” y por eso nunca podremos entenderla del todo, solo admirarla.

Tumba de Greta Garbo en Estocolmo. Foto: Daniel Aragay

En lo personal, al evocar a Greta Garbo siento la fascinación de lo irrepetible. Sus películas me transportan a una era de elegancia perdida, y a la vez su actitud desafiante ante las reglas me parece adelantada a su tiempo. Garbo eligió ser fiel a sí misma antes que complacer a la industria o al público, y ese es un legado inspirador para artistas –y para cualquiera– hoy día. Su vida invita a reflexionar sobre la soledad, la fama y la autenticidad. Tal vez Garbo necesitaba la soledad para encontrarse, y por eso se retiró; tal vez entendió que había dado todo lo que quería dar. En cualquier caso, se marchó sin dejar de ser ella misma, y ese puede ser el acto más auténtico de su carrera.

Greta Garbo falleció el 15 de abril de 1990, a los 84 años, en Nueva York . Hasta último momento, mantuvo su perfil bajo. El día de su muerte, el mundo entero se estremeció sabiendo que una de las últimas grandes leyendas de la pantalla se apagaba. Los titulares recordaron a “la eterna diva del cine” y “la mujer que quiso estar sola”. Sin embargo, Garbo nunca estará realmente sola ni olvidada: permanece en cada fotograma que protagonizó y en cada artista que sueña con emular su magia. Su figura sigue susurrándonos desde la distancia, invitándonos a la ensoñación. En la sección Suecas inolvidables, Greta Garbo brilla con luz propia –una luz fría y a la vez ardiente, como la de una estrella lejana que continúa fascinándonos sin remedio.