Ensuizados, El Parche de Odín y Haciendo el Sueco en directo en las JPOD 2025

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Suecia, Suiza y “ser de fuera”: crónica de un directo en las JPOD 2025

El 26 de octubre de 2025 nos sentamos frente a un público en las JPOD de Terrassa para hacer algo que, paradójicamente, casi ninguno de nosotros hace nunca: grabar un podcast con gente mirándonos.

Éramos dos en la mesa (Edu y yo), Rubén en remoto gracias a Quickchannel y un buen puñado de curiosas y curiosos delante:

  • Edu, de Ensuizados, que vive en Suiza.
  • Rubén, de Ocularis y El Parche de Odín, que ha pasado años en Suecia.
  • Y yo, Dani, con Haciendo el Sueco, que llevo más de una década viviendo en Suecia.

La premisa parecía inocente: hablar de la experiencia de vivir fuera. Al minuto 2 ya estábamos debatiendo horarios de cena, burocracia de extranjería y si IKEA es todavía sueca o sólo mantiene el disfraz azul y amarillo.

Y sí, trajimos chuches suecas para torturar al público. Pero vamos por partes.


Presentaciones, o por qué confundís Suecia con Suiza (y con “Suésia”)

Algo que nos pasa a todos cuando migramos a países con nombres parecidos: de repente Suiza, Suecia y “Suésia” son la misma cosa para el resto del planeta. Incluso entre podcasters.

Arrancamos el directo así: “Tú eres del podcast Ensuizados, desde Suiza con amor, y yo haciendo el sueco desde Suiza”. Y ya empezaron las risas.

Para añadir más confusión, alguien de las jornadas había dicho antes: “Ah, Rubén, sí, el chico que vivía en Suiza”. Y Rubén respondió muy tranquilo: ni Suiza ni Suecia, ahora vivo en España.

Rubén acaba de volver. Después de casi cinco años fuera ha aterrizado en Palma de Mallorca y todavía está en fase de readaptación térmica. Dijo algo que resume bastante bien el choque de retorno: “Volví empezando el verano y mi metabolismo no está acostumbrado. Pasé mucho calor. He echado de menos Suecia, la verdad”.

Esa frase marcó el tono del episodio: cuando vuelves, sigues siendo extranjero. Sólo que ahora eres extranjero también en casa.


El idioma: hablar bien nunca es suficiente (y aun así, a veces no te sale ni el inglés)

Una de las primeras cosas que Edu (Suiza) puso sobre la mesa fue el tema del idioma. No tanto aprenderlo, sino vivir dentro de él.

Su reflexión fue directa: nunca llegas a hablar como la gente de allí. Da igual lo bien que lo hagas, siempre hay un tropiezo, siempre hay una frase que te sale torcida, siempre hay un momento en el que te quedas atrapado en mitad de una oración sin saber cómo salir.

Y hay un detalle más incómodo todavía: a veces notas que la gente te percibe como “menos capaz” sólo porque tu acento no es nativo o porque buscas palabras. Esto nos pasa en castellano con quien habla “mal español”, y te das cuenta de que ese mismo prejuicio se aplica sobre ti cuando eres tú la persona que habla con acento.

Rubén contó su caso, que es distinto porque él trabajaba con pacientes en Suecia. Para poder ejercer medicina en Suecia necesitó un diploma oficial de sueco avanzado. Sin ese título no podía operar. Su sueco tenía que ser funcional desde el día uno.

Él hizo una formación acelerada y explicó un efecto curioso: “Cuando empecé a hablar sueco de manera fluida, me comió el inglés. Yo entendía el inglés mejor que el sueco, pero a la hora de hablar me salía sueco. Llegaban pacientes, veían que me costaba y me cambiaban al inglés, y yo insistía: ‘No, no, hablo sueco, hablo sueco’, porque el inglés ya no me salía”.

Yo en Suecia tengo una experiencia diferente. Trabajo en el sector audiovisual para una empresa que opera en varios países nórdicos. Allí el idioma corporativo oficial es el inglés. Literalmente me han dicho: “¿Para qué quieres clases de sueco si no lo necesitas?”. En Estocolmo puedes vivir años en inglés sin problema. En medicina, no. En sanidad, el sueco es obligatorio. En empresas tech, marketing y audiovisual, el inglés es perfectamente aceptado.

Conclusión compartida: el idioma no es sólo comunicación. Es también permiso de acceso.


Horarios: la cena como shock cultural (o cómo Terrassa casi nos mata)

El siguiente choque, que provocó bastantes carcajadas en la sala, fueron los horarios.

Rubén dijo que lo pasó fatal los primeros meses en Suecia sólo para adaptarse al reloj de las comidas. En España, si comes a las 14:30 y cenas a las 22:00, todo bien. En Suecia, a las 11:30 ya estás muerto de hambre y a las 17:30 estás cenando sin ninguna vergüenza.

Y eso se queda en el cuerpo.

Ejemplo real de este fin de semana en Terrassa: nos sentamos a cenar “temprano”. Hora aproximada de la cena: 22:30. Hora aproximada de terminar: medianoche. Resultado: estómago en llamas hasta las 5 de la mañana.

En Suecia, cenar a las siete es normal. A las seis, más que normal. A las ocho, tardío. A las diez y media… directamente ofensivo para tu sistema digestivo.

Edu lo resumió muy bien con una frase que hizo asentir a medio público: “Te haces mayor, tu cuerpo se acostumbra a esos horarios, y cuando alguien te mete una cena española a las diez y media, directamente no duermes”.

Volver a España trae ese tipo de mini-golpes raros. Te crees muy adaptable hasta que te das cuenta de que ya no vives con el reloj español.


Relaciones sociales: agendas a tres meses vista y la espontaneidad perdida

Edu habló también del tema “hacer amigos en Suiza”. Spoiler: no es fácil.

Dijo que después de 12 años en Suiza puede contar sus amistades cercanas con los dedos de una mano “habiendo cortado algunos dedos de esa mano”. Y explicó una diferencia clara con respecto a España: en Suiza (y en general en la Europa más centro-norte) la espontaneidad social prácticamente no existe. No es “te llamo y nos tomamos algo esta tarde”. Es “miremos agenda para dentro de dos o tres meses”.

Y claro, cuando llevas años viviendo así sin darte cuenta, vuelves a España a un evento como las JPOD, y de repente todo el mundo sale, cena tarde, se queda hablando hasta las tantas… y tú ya vas con energía de señor mayor. Literal: “Me sentía ya un poco señor mayor con lo de salir hasta tarde y cenar a las tantas como unos bárbaros, en vez de a las 7 de la tarde como la gente de Viena”.

Rubén matizó algo que me parece importante: al volver a España te reencuentras también con la mirada constante de los demás. En España (y esto lo digo yo porque lo vivo igual) hay un componente social de juicio permanente: cómo vistes, con quién vas, qué haces con tu vida privada, a qué hora sales, qué imagen das “porque eres médico”, etc.

En ciudades pequeñas esto es todavía más evidente: si eres profesional visible (por ejemplo, oftalmólogo en una ciudad mediana), se espera que te comportes con una cierta formalidad también fuera del trabajo. No puedes ser simplemente persona. Eres “el doctor” en todas partes.

Y ahí entra una de las cosas que yo más valoro de Suecia.


Libertad personal: vístete como quieras, sé quien eres, nadie te mira

En Suecia puedes ser quien eres sin tener que pedir permiso social.

Lo cuento siempre porque para mí es una de las mayores diferencias culturales y una de las razones por las que sigo allí. Yo tengo libertad. Libertad real. Libertad de expresión personal, de maneras de vestir, de con quién estoy y cómo estoy. Nadie me señala por ir con quien voy. Nadie me mira raro por cómo visto. Nadie opina sobre si soy demasiado esto o demasiado lo otro. Puedo vivir mi vida.

Y no es una forma de hablar. Pongo el ejemplo que expliqué en el directo: conozco a un médico en Estocolmo de unos cuarenta y pico años. Es un hombre altísimo, rapado (rapado estético, no calvicie), tatuado hasta arriba, piercings, extensiones… Lo miras con mirada española y dices “vale, este tío es punk hardcore”. Y es doctor. Pasa consulta. Opera. Y lo más precioso es que nadie le dice nada. Nadie le hace un comentario del tipo “¿vas a ir así al hospital?”. Nadie le recuerda “tu imagen profesional”. No hay juicio.

Ese “no hay juicio” para mí es oxígeno puro.

Rubén coincide en eso. Él decía que en Suecia tuvo una sensación de alivio inmediato: “Qué libertad. Puedo hacer lo que quiera. Nadie me juzga por cómo visto o cómo me comporto, siempre que seas cortés”. Y añadió algo muy honesto: él en España no había sentido ciertos niveles de presión o bullying que yo sí, pero aun así, al llegar a Suecia notó una relajación mental que no esperaba. Y cuando te acostumbras a eso… lo echas de menos en cuanto sales.

Edu matizó que Suiza no es exactamente igual en todas partes. En la parte francófona (donde vive él) todavía hay bastante presión hacia una imagen “correcta”. En la parte germanófona nota más diversidad estética visible: más gente con looks marcados, pelo de colores, piercings, ropa libre. Incluso ahí se ve una división cultural interna dentro de un mismo país.

Mensaje de fondo: mudarte no sólo te cambia el idioma. Te cambia el marco mental de lo que consideras vida “normal”.


Trabajo: por qué nos fuimos (y por qué seguimos)

Otra parte importante de la charla fue laboral. Porque dejar tu país casi nunca es sólo turismo vital. Normalmente hay una razón concreta.

Rubén fue directo: se marchó de España porque el sistema sanitario no le dejaba ejercer como él sentía que tenía que ejercer. Falta de tiempo real con pacientes, jornadas imposibles, presión asistencial… En Suecia le ofrecieron otra cosa: flexibilidad laboral, porcentajes de jornada adaptables, posibilidad de dedicar más tiempo a cada caso y, en general, respeto por el trabajo médico.

Dijo algo muy bonito y muy duro a la vez: “No me fui por dinero. Me fui porque quería trabajar bien”.

Yo, en Suecia, estoy donde estoy porque pude convertir lo que era mi hobby —la producción audiovisual, el streaming, la técnica de vídeo en directo— en un trabajo estable y con responsabilidad. Eso en España me habría costado muchísimo más (o directamente habría sido imposible). Suecia me dio estructura para eso.

¿El precio? Lo comenté también: cuando tu hobby se convierte en tu trabajo, llegas a casa quemado. Antes yo podía llegar, grabar podcast, editar vídeo, hacer cosas por gusto. Ahora muchas veces termino la jornada y quiero hacer cualquier otra cosa menos lo que era “mi afición”. Eso me ha hecho alejarme un poco de ciertas comunidades podcasteras y volcarme más en otras facetas, como escribir.

Edu, por su parte, aportó la visión suiza: Suiza vende imagen de alto salario, orden y tranquilidad. Y es verdad que ofrece una vida muy estable para quien busca calma, seguridad, paisajes y un ritmo de vida más controlado —siempre que aceptes las reglas del juego, que incluyen horarios estrictos, convivencia pactada… y cenar pronto.


Papeleo, ciudadanía y el “nunca serás de aquí del todo”

Uno de los momentos más potentes del directo fue cuando empezamos a hablar de nacionalidad, residencia y lo que implica ser “aceptado” legalmente.

Edu explicó el sistema suizo y dejó al público con la boca abierta.

Para empezar: Suiza no es un país pensado para regalar la nacionalidad. Es, literalmente, uno de los más duros de Europa. Para naturalizarte por residencia ordinaria necesitas haber vivido allí 10 años. Diez. Y sólo entonces puedes iniciar el proceso, que puede tardar dos más. Antes eran 12 años. Doce.

Y ese sólo es el principio.

No hay un “examen nacional” único. Depende mucho del cantón y, más aún, del municipio. En teoría, la ley federal habla de “integración social y económica”. En la práctica, eso significa: ¿tienes trabajo estable? ¿no dependes de ayudas públicas? ¿no has generado “problemas”? ¿hablas el idioma?

Luego vienen las diferencias regionales. Edu vive en la parte francófona, donde suele haber procesos más estructurados, casi tipo test de conducir: preguntas públicas, puedes preparártelas, todo claro.

Pero en la parte germanófona hay historias que parecen sacadas de una novela burocrática distópica: candidatos sentados ante el consejo del municipio, rodeados por quienes “mandan”, recibiendo preguntas que pueden ser arbitrarias, y luego la decisión final depende también de la opinión de los vecinos. Si no gustas, no eres suizo. Punto.

Hasta contamos una anécdota muy suiza y muy cruel: había casos en los que se negaba la ciudadanía por “no integración comunitaria” a gente que, por ejemplo, cortó el césped en domingo. Sí, cortar el césped en domingo puede considerarse una falta de integración.

Y ojo con esto: si tienes un hijo en Suiza, tu hijo no es automáticamente suizo. Es extranjero. Y aunque haya nacido allí, tiene que hacer su propio proceso de naturalización después.

También hablamos de la dependencia legal dentro de las parejas mixtas. En ciertos casos, si eres de fuera de la Unión Europea y consigues residencia por pareja con una persona suiza, esa residencia se renueva año a año y depende de que la persona suiza “certifique” que todo sigue bien, que no hay divorcio en camino, que la relación es “real”. Eso genera una relación de poder clarísima.

Rubén y yo comentamos que Suecia tiene una aproximación distinta, históricamente más abierta e integrada. En Suecia, hasta hace nada, el camino a la nacionalidad era más corto (cinco años de residencia continua te daban acceso), y no existía obligación formal de demostrar sueco con examen oficial. Eso está cambiando: con la ultraderecha empujando dentro del bloque de gobierno sueco actual se está discutiendo endurecer las condiciones, incluyendo examen de idioma obligatorio para la ciudadanía.

Yo lo dije abiertamente: “Si eso se aprueba ahora, a mí ya no me pueden quitar el pasaporte sueco. Lo tengo. Pero si yo llegara hoy sin papeles, lo tendría más difícil que hace diez años”.

Lo interesante de comparar Suecia y Suiza es que las dos son vistas desde fuera como países “progresistas y avanzados”, pero la manera en que entienden quién pertenece y quién no es completamente diferente. En Suiza, pertenecer es casi un privilegio negociado. En Suecia, históricamente, pertenecer era un proyecto político de apertura que ahora está siendo cuestionado.

Y aquí entramos en política.


Política e identidad cultural: canonizar un país (literalmente)

Hablamos también del giro conservador en Europa y cómo lo estamos viviendo en primera persona.

Edu explicó cómo funciona el sistema político suizo: no hay un presidente como tal, sino un consejo federal de siete miembros de distintos partidos que gobiernan de forma colegiada. Suiza es, de base, un país conservador. El partido más fuerte es de derechas, y su discurso anti-inmigración no es nuevo. Mostró (bueno, describió) un cartel de campaña de hace años: banderita suiza, ovejas blancas y una oveja negra (el inmigrante) siendo pateada fuera del territorio marcado como “Suiza”. Ese cartel no es un desliz reciente. Lleva circulando más de una década.

En Suecia el panorama reciente es diferente, pero el resultado se parece. El gobierno actual se sostiene por el apoyo de la ultraderecha. Ese partido, los Sverigedemokraterna (“Demócratas Suecos”), tiene raíces que pasan muy cerca —y a veces directamente por— el nacionalismo xenófobo.

Conté un ejemplo que en Suecia ha generado debate estos meses: el intento de crear un “canon cultural sueco 2025”. La idea es hacer una lista oficial de elementos culturales que “todo el mundo debe conocer” para considerarse integrado en Suecia.

Sobre el papel suena inocente. En la práctica, cuando miras la lista, ves la intención.

En esa lista aparecen cosas esperables: el Premio Nobel; Astrid Lindgren y Pippi Calzaslargas; Ingmar Bergman y “El séptimo sello”; la primera Biblia traducida al sueco en el siglo XVI; IKEA (acompañada de una narrativa de orgullo nacional que pasa un poco por alto que IKEA hoy en día es un entramado empresarial con sede fiscal fuera de Suecia y que su fundador tuvo coqueteos con movimientos fascistas en su juventud). Hasta ahí, discutible pero reconocible.

¿Y qué falta? Falta ABBA. Falta la música pop sueca que literalmente definió el sonido global de los 70 y 80. La excusa oficial para no incluir ABBA fue que el canon se centra en “elementos anteriores a hace 50 años”, lo cual, además de discutible históricamente, suena a maniobra para librarse de todo lo que huela a modernidad abierta, diversidad sexual, cultura globalizada, etc.

También falta mención real a la cultura sami, el pueblo indígena del norte de Suecia. Falta representación femenina en condiciones. Falta la Suecia feminista, la Suecia queer, la Suecia antirracista que durante décadas fue referencia en Europa. Falta todo lo que no encaja en el relato de “Suecia tradicional”.

Y dijimos algo que creo que resume lo que preocupa: es un intento de reescribir qué significa “ser sueco” en 2025. No sólo para los suecos, sino para quien llega desde fuera y quiera quedarse. Si tú dices “esto es Suecia”, pero borras la parte donde Suecia fue ejemplo de apertura, entonces estás marcando quién cabe y quién no.

Rubén lo explicó con mucha claridad: durante décadas Suecia fue referente moral en Europa en términos de inclusión y de acogida. Eso también era identidad sueca. Y ahora, según cierta narrativa política, esa parte estorba.

Lo que está pasando en Suecia no es muy distinto de lo que vemos en Estados Unidos con el “Make America Great Again”, ni de ciertas corrientes en España que quieren volver a una identidad nacional cerrada y homogénea. Es la misma jugada: nostalgia selectiva.


El juego: Suecia vs Suiza (o cómo torturamos al público con regaliz salada)

Para que todo esto no quedara en bajona absoluta, hicimos una cosa muy seria y científica: un concurso.

Trajimos chuches suecas y chocolatinas suizas y jugamos con el público a un “¿Esto pasa en Suecia o en Suiza?”. Cada respuesta correcta te ganaba una chuche. Cada error te exponía a la posibilidad de tener que comerte regaliz salado negro, que es un producto tradicional sueco que debería venir con prospecto.

Algunas de las preguntas:

¿Dónde se consume más leche por persona?
Respuesta correcta: Suiza. Más de 300 kilos por persona al año, frente a unos 215 en Suecia.

¿Dónde se bebe más café?
También Suiza. Suiza ronda los 7,9 kilos por persona y año; Suecia, 7,6. Margen pequeño, pero suficiente para que la sala se equivocara y para que repartiéramos menos golosinas de las prometidas.

¿Chocolate?
Ahí no hubo duda: Suiza. Cerca de 11 kilos al año por persona. Sí, once kilos. Y es promedio, lo cual significa que hay gente compensando a los diabéticos.

¿Quién tiene más lagos?
Suecia barre. Más de 90.000 lagos frente a unos 1.500 en Suiza. Y el lago más grande sueco es diez veces más grande que el mayor lago suizo. (Dato adicional que dimos en el directo: el lago más grande de Suiza ni siquiera está del todo en Suiza, es compartido).

¿Quién trabaja menos horas al año?
Suecia. Los suecos trabajan alrededor de 1.444 horas al año según datos de la OCDE; en Suiza, unas 1.495. En Suiza la jornada estándar son 42 horas semanales, con 20 días de vacaciones anuales y pocos festivos.

¿Quién tiene más población inmigrante proporcionalmente?
Aquí ganó Suiza por goleada. Aproximadamente el 27 % de la población residente en Suiza es extranjera, frente a alrededor del 20 % en Suecia. En algunas ciudades suizas como Lausana, la mitad de la población es extranjera. Literalmente la mitad.

¿Quién bebe más vino per cápita?
Otra vez Suiza. En torno a 30 litros al año por persona frente a unos 25 en Suecia. En Suecia, además, la venta de alcohol fuerte está monopolizada por el Estado a través de Systembolaget. Conté una anécdota: en Estocolmo, cerca del restaurante donde trabaja mi marido, por las mañanas se forma una fila de personas con adicción al alcohol que reciben alcohol gratis, racionado y controlado. El objetivo es reducir delincuencia asociada a la necesidad de conseguir dinero para beber. Es una solución muy sueca: pragmática, pública y sin moralina.

¿Quién tiene más superficie forestal?
Suecia otra vez. Alrededor del 70 % del territorio sueco está cubierto de bosques. En Suiza, aproximadamente el 30 %. Mucha montaña, sí, pero menos bosque.

Entre pregunta y pregunta el público probaba las chuches. Para quien no haya estado nunca en Suecia: el regaliz salado es una institución nacional. Es negro, salado, a veces con amonio, y los niños lo comen como si fueran ositos Haribo. La gente en la sala hizo exactamente las tres caras estándar: “uy qué bien huele”, “espera, esto sabe raro”, “madre mía dame una papelera”. Experimento sociocultural completado.


¿Por qué seguimos allí?

Hacia el final quisimos evitar cerrar en modo “Europa está fatal, buenas tardes”. Así que nos hicimos la pregunta que siempre te hace la familia en Navidad: “Pero entonces, ¿por qué sigues ahí?”.

Edu respondió con honestidad. La versión oficial diría: calidad de vida, seguridad, paisajes, tranquilidad. La versión completa añade matices: la vida en Suiza puede ser muy buena… si aceptas su ritmo, sus normas y el hecho de que muchas decisiones sobre tu vida (residencia, ciudadanía, incluso horarios de cortar el césped) pasan por la mirada colectiva.

Rubén respondió que se fue por dignidad profesional. No por sueldo. Por dignidad. Y que Suecia le prometía algo que en España no le estaban dando: respeto por su trabajo médico y margen humano para ejercerlo bien.

Yo dije que sigo en Suecia porque he encontrado un lugar donde puedo trabajar en lo que me gusta con un nivel de responsabilidad que en España me costaría mucho más alcanzar, y porque vivo con una sensación de libertad personal que, sinceramente, no suelto. Puedo ser quien soy sin explicaciones. Y eso pesa mucho más que el frío, que el sol que no sale en invierno o que las pizzas con plátano (sí, confirmamos que existe la pizza sueca con plátano y curry; sí, la hemos pedido por error; no, no la recomendamos).


Micrófonos, risas y miradas desde el público

Para cerrar, una confesión que hicimos en directo: grabar delante de gente da miedo.

Quien hace podcast suele hablar a un micrófono y a una pared. No sueles tener veinte personas mirando tu cara mientras cuentas que hay médicos tatuados hasta las cejas o que en Suecia cenamos a las seis.

En Terrassa eso cambió. Teníamos gente delante. Gente riendo. Gente poniendo caras cuando probaban regaliz salado. Gente levantando la mano para votar “Suecia” o “Suiza” y fallando miserablemente en las preguntas del vino y del café.

Fue raro, pero en el buen sentido. Fue muy bonito ver que hay interés real por la vida migrante, más allá del tópico “qué frío hace allí, ¿no?”. Poder hablar de identidad, de pertenencia, de papeles, de horarios absurdos y de libertad personal, con humor pero sin maquillaje, fue exactamente lo que queríamos.

Y lo mejor de todo es que nadie salió con una definición cerrada de Suecia ni de Suiza. Más bien al revés. Salieron con más preguntas. Ese era el plan.


Epílogo dulce (y salado)

Acabamos repartiendo las últimas piezas de bollería sueca típica de Navidad, los lussekatter, que son unos bollos de Santa Lucía aromatizados con azafrán. Bueno, en este caso eran versiones en bolita que habíamos traído para catar.

Prometimos partirlos “porque sólo hay seis, vamos a cortarlos en cuatro”, lo cual da una idea bastante clara del nivel de logística gastronómica en directo.

Nos despedimos en sueco (“hej då”, que es básicamente “chao”) y cerramos con la invitación más sincera que puedo repetir aquí: si te interesa todo esto que hemos contado —la migración, la vida nórdica, la identidad, la política, las diferencias culturales, el cachondeo— escucha nuestros podcasts.

  • Haciendo el Sueco (Suecia vista desde dentro y desde fuera).
  • Ensuizados (la vida en Suiza contada sin postal de chocolate).
  • Ocularis (divulgación sanitaria sobre oftalmología, seria, clara, útil).
  • El Parche de Odín (Rubén en modo personal: vivencias, mirada propia, vulnerabilidad y humor).

Porque al final, más allá de banderas, exámenes de nacionalidad y horarios de cena imposibles… esto va de cómo intentamos construir una vida que se parezca a nosotros. Donde sea.