Durian: el “rey de las frutas” tailandés que despierta pasiones y odios

El durián (ทุเรียน thurian en tailandés) es posiblemente la fruta más controvertida del Sudeste Asiático. Para muchos locales es una exquisitez venerada como el “rey de las frutas”, mientras que no pocos visitantes extranjeros lo consideran la fruta más apestosa del mundo. Su aspecto es tan llamativo como su reputación: un fruto grande, de cáscara cubierta de espinas, capaz de llenar una habitación con un aroma intenso que unos describen como fragante y otros como nauseabundo. En este artículo de ThaiZapZap exploraremos a fondo el durián desde todos sus ángulos – botánico, nutricional, histórico, cultural y gastronómico – con genuina curiosidad (y un toque irónico) para entender por qué esta fruta espinosa causa furor en Tailandia a pesar (¿o gracias a?) de su peculiar olor.
Botánica: descripción, origen y variedades del durián
¿Qué es exactamente un durián? Botánicamente hablando, el durián es el fruto de árboles del género Durio, perteneciente a la familia de las Malváceas. El término durián proviene del malayo duri (espina) con el sufijo -an, literalmente “el espinoso”, aludiendo a las duras púas que recubren su cáscara. Existen alrededor de 30 especies en este género, de las cuales al menos 9 dan frutos comestibles, aunque solo Durio zibethinus se comercializa internacionalmente. El árbol de durián es tropical y de gran porte: en la naturaleza puede alcanzar hasta 40–50 metros de altura, aunque en cultivo suele mantenerse por debajo de 12 m. Es de follaje perenne, con hojas grandes y flores muy fragantes que son polinizadas por murciélagos e insectos. Estas flores dan paso al famoso fruto espinoso.
El fruto en sí es verdaderamente singular. Tiene forma ovalada a redondeada, con unos 20 a 30 cm de largo por ~15 cm de diámetro, y pesa típicamente entre 1 y 3 kg (a veces hasta 5 kg). Su corteza gruesa está densamente cubierta de espinas cónicas y protege varios lóbulos de pulpa amarillenta en su interior. Cada lóbulo envuelve una semilla grande, y en conjunto solo un 20–35% del peso del fruto es pulpa comestible. La pulpa del durián tiene una textura que va de la crujiente, a la cremosa y suave (dependiendo del grado de maduración y la especie)


Fotos: Daniel Aragay
Para entender más las texturas por si nunca has probado un durian, se podrían resumir en modo comparativo:
- Queso curado cremoso: algunos durianes maduros recuerdan a la textura de un queso como el Roquefort o el Camembert muy maduro: pastoso pero con cierta resistencia al morder, casi deshaciéndose pero con cuerpo.
- Aguacate bien maduro: es una comparación recurrente porque comparte ese punto mantecoso y oleoso. Sin embargo, algunos durianes jóvenes son menos blandos y se asemejan más a un aguacate firme o a la carne de una chirimoya no del todo madura.
- Chirimoya o guanábana: en cuanto a fibra y jugosidad, muchas variedades de durián se parecen a la chirimoya (que en España y Latinoamérica es relativamente conocida). Ese equilibrio entre pulpa cremosa y fibras suaves es una buena referencia.
- Castaña cocida: cuando el durián es menos maduro y tiene una textura harinosa-seca, se acerca a la sensación en boca de una castaña hervida o asada: no cremosa, pero tampoco dura, con un toque “arenoso” y denso.
- Crema pastelera espesa con tropezones: para describir la mezcla de lo suave con lo fibroso, muchos comparan con una crema pastelera que aún conserva grumos: untuosa, pero con partes que se sienten más sólidas.
Si hablamos del sabor podríamos decir que contiene notas complejas que pueden recordar a la piña, mango, incluso con toques de vainilla, almendra o incluso un ligero toque amargo parecido al café o chocolate. Sin embargo, por delicioso que su sabor resulte a sus adeptos, lo que realmente define al durián es su olor penetrante. Este olor se intensifica al madurar la fruta y ha sido descrito de maneras poco halagadoras: desde “cebollas podridas con queso” hasta comparaciones más imaginativas como “mezcla de azufre, ajo, miel y calcetines sudados”. No es de extrañar que en muchos hoteles, transportes y espacios públicos de Asia esté prohibido llevar durián – un simple letrero con una silueta de la fruta tachada advierte de su veto por mal olor.
Origen y hábitat: El durián es nativo de los bosques tropicales del Sudeste Asiático, en particular de las zonas de Borneo, Sumatra y la península malaya. Estas regiones, de clima ecuatorial sin temperaturas por debajo de 22 °C, proporcionan el ambiente ideal para que prosperen los enormes árboles de durián. A lo largo de la historia, el cultivo se ha extendido desde su área originaria hacia países vecinos: hoy en día se planta en Tailandia, Vietnam, Filipinas, Camboya, sur de India y Sri Lanka, e incluso en sitios tan lejanos como Madagascar o el norte de Australia. Cabe señalar que Tailandia –aunque no era parte del rango nativo original– ha adoptado al durián con entusiasmo: es actualmente el mayor productor y exportador mundial de esta fruta. Provincias tailandesas como Chanthaburi, Rayong o Nonthaburi se han hecho famosas por sus huertos de durián.


Fotos: Daniel Aragay
Variedades principales: Uno de los aspectos fascinantes del durián es su gran diversidad de cultivares. En Tailandia se han registrado más de 200 variedades distintas de Durio zibethinus, fruto de siglos de selecciones y cruces. Sin embargo, solo unas pocas variedades dominan el mercado. La estrella indiscutible es la Mon Thong (nombre que significa “almohada dorada”), apreciada por su pulpa abundante, dulce y de olor relativamente moderado; esta variedad por sí sola representa alrededor del 90% de los durianes comercializados en Tailandia. Otras variedades populares son la Chanee (también llamada Chani), de sabor dulce con un toque más fuerte; la Kan Yao (“tallo largo”), muy valorada por su carne firme y menos aroma – al punto que ciertos ejemplares de Kan Yao cultivados en Nonthaburi han llegado a subastarse por cientos de euros dada su alta calidad y escasez; y la Kradum Thong (“botón dorado”), de frutos más pequeños y pulpa seca. Cada cultivar tiene su propio perfil de sabor y fragancia, lo que anima debates acalorados entre los catadores de durián sobre cuál es el mejor. La obsesión por esta fruta llega al extremo de la innovación: en 2007 un científico tailandés logró crear un híbrido llamado Chantaburi No.1 prácticamente sin olor, pensado para quienes quieren disfrutar del sabor del durián sin “asfixiar” a los vecinos. Aunque los puristas puedan ver esto con escepticismo (para muchos, el olor forma parte de la experiencia), el experimento demuestra hasta qué punto el durián ha calado en la cultura agronómica tailandesa.
Nutricional: composición, beneficios y contraindicaciones
Detrás de su fama maloliente, el durián es en realidad una bomba nutricional repleta de energía y micronutrientes. La pulpa fresca del durián aporta aproximadamente 147 kcal por cada 100 gramos, lo que la sitúa entre las frutas más calóricas. Esta energía proviene principalmente de sus carbohidratos (unos 27 g/100g) y también de un contenido inusualmente alto de grasas para tratarse de una fruta (~5 g/100g). De hecho, el durián es a veces llamado “el aguacate asiático” por su perfil graso saludable, aunque su proporción de grasa es ligeramente inferior a la del aguacate. Además proporciona alrededor de 1.5 g de proteínas y 3–4 g de fibra dietética por 100g, contribuyendo a la saciedad y al buen tránsito intestinal.
En cuanto a vitaminas y minerales, el durián no defrauda: es especialmente rico en vitamina C (aprox. 20–30 mg/100g, alrededor del 30–40% de la dosis diaria recomendada), un antioxidante clave para el sistema inmunológico. También destaca en el grupo de vitaminas B: contiene tiamina (B1), riboflavina (B2), niacina (B3), vitamina B6 e incluso ácido fólico (B9) en cantidades apreciables. Por ejemplo, 100 gramos de durián pueden aportar una quinta parte de la necesidad diaria de tiamina y ácido fólico. Este cóctel vitamínico apoya numerosas funciones del organismo, desde la conversión de carbohidratos en energía (B1) hasta la producción de glóbulos rojos (B9) y la salud de la piel y la vista (vitamina A, que también está presente). Entre los minerales, sobresale su contenido de potasio (más de 400 mg/100g), un nivel comparable al del plátano, que ayuda a regular la presión arterial y el equilibrio de fluidos. También aporta magnesio, cobre, hierro, fósforo, calcio y zinc en pequeñas proporciones. En resumen, comer durián es casi como tomar un multivitamínico tropical acompañado de energía inmediata.
Beneficios para la salud: Gracias a esta riqueza nutritiva, al durián se le atribuyen numerosos beneficios (muchos de ellos avalados por conocimientos actuales de nutrición). Para empezar, su alto aporte de vitamina C y antioxidantes naturales (como polifenoles y flavonoides) ayuda a reforzar el sistema inmunológico e inhibir los radicales libres, lo que protege nuestras células del envejecimiento prematuro. Su potasio junto con otros minerales contribuye a regular la presión sanguínea y a mantener huesos y músculos fuertes. El durián también es una buena fuente de ácido fólico y hierro, por lo que resulta beneficioso contra la anemia y para la salud cardiovascular en general. Por si fuera poco, contiene fibra dietética que mejora la digestión y previene el estreñimiento. Diversas fuentes señalan además propiedades particulares: por ejemplo, en Asia se ha utilizado tradicionalmente para aliviar migrañas, combatir el insomnio e incluso como alimento afrodisíaco para estimular la libido. Sin entrar en terrenos esotéricos, sí es cierto que el durián proporciona carbohidratos de rápida absorción que sirven de combustible energético y podrían ayudar a mejorar el ánimo y la vitalidad.
Posibles contraindicaciones y mitos: Aun con todos sus aspectos positivos, el consumo de durián conlleva algunas precauciones. Por su densidad calórica y contenido en azúcares, se recomienda moderación a personas con diabetes o con dietas de control de peso – demasiado durián puede disparar fácilmente las calorías diarias. Asimismo, aunque las grasas del durián son mayormente saludables, no dejan de sumar: es una de las frutas más grasas que existen (solo superada por el aguacate), por lo que un exceso podría contribuir a desbalances en la dieta. Otro punto importante es la famosa combinación de durián con alcohol. La sabiduría popular advierte que “mezclar durián con vino o cerveza te puede matar”; sin llegar a tales extremos, sí hay base científica para evitar esta dupla. Estudios han comprobado que algunos compuestos del durián inhiben la enzima encargada de metabolizar el alcohol en el hígado (alcohol-deshidrogenasa), potenciando los efectos de la embriaguez. En otras palabras, si acompañas un buen trozo de durián con unas copas, es probable que el alcohol te afecte más de lo habitual e incluso te provoque malestar. Por prudencia, más vale dejar el brindis para otro momento. También hay personas que experimentan indigestión, gases o reacciones alérgicas leves al probar durián por primera vez – algo comprensible dado su contenido en azufre y otros compuestos volátiles. Como siempre, la clave está en escuchar al cuerpo: disfrutarlo con moderación y respeto, especialmente si eres novato en esta exótica fruta de sabor intenso.
Histórico: orígenes y evolución de su consumo en Asia y Tailandia
El durián lleva siglos siendo parte de la vida en el Sudeste Asiático. Se cree que ha sido consumido desde tiempos prehistóricos por las poblaciones locales de Borneo y la península malaya. La primera referencia escrita que se conoce proviene del siglo XV: exploradores chinos y europeos que arribaron a la región quedaron atónitos ante aquella fruta espinosa de hedor penetrante pero sabor exquisito. El viajero veneciano Niccolò de’ Conti, hacia 1440, ya describió cómo los habitantes disfrutaban un fruto grande con pulpa “tan dulce como una almendra” – sin duda hablando del durián. Más adelante, otros occidentales ilustres quedaron divididos entre el asco y la fascinación. El naturalista británico Alfred R. Wallace, co-descubridor de la teoría de la evolución, probó el durián en Borneo a mediados del siglo XIX y quedó maravillado: escribió que su sabor le recordaba a “una crema de queso con salsa de cebolla y vino de Jerez” y confesó que “cuanto más lo comes, menos inclinado te sientes a parar”. Por el contrario, viajeros menos poéticos lo condenaron sin piedad; un escritor llegó a decir que comer durián era como masticar “natillas de ajo dentro de una letrina” (¡ouch!). Estas coloridas impresiones históricas muestran que el durián nunca ha dejado indiferente a nadie.

En cuanto a Tailandia, la presencia del durián está documentada desde hace varios cientos de años, probablemente introducido vía comercio desde Malasia o Indonesia. La fruta se adaptó bien al clima tailandés y ya en el período de Ayutthaya (siglos XVII–XVIII) se menciona su cultivo en los jardines de la realeza de Siam. Con el tiempo, Tailandia pasó de importarlo a convertirse en un productor masivo. En la actualidad, como ya mencionamos, es uno de los mayores productores mundiales – exportó más de 600.000 toneladas en 2017, una cifra 13% superior al año anterior gracias a la creciente demanda internacional. Este boom reciente se debe en gran medida al apetito insaciable por durián en China, donde se ha puesto de moda entre clases medias y altas. De hecho, la evolución del consumo de durián en la última década ha sido meteórica: lo que antes era un manjar local estacional ahora es un negocio global de cientos de millones de dólares. Un ejemplo ilustrativo ocurrió en abril de 2018, durante un festival promocional en Bangkok al que asistió Jack Ma (fundador de Alibaba): en apenas un minuto se vendieron 130.000 durianes a través de la plataforma online Tmall, colapsando el inventario disponible. Este hito techie-gastronómico evidencia cómo el durián ha trascendido fronteras, pasando de los mercados tradicionales a las subastas por Internet.
Pese a la modernidad, el durián sigue muy arraigado en las costumbres locales. En varias regiones de Tailandia se celebran ferias y festivales del durián en temporada de cosecha. Por ejemplo, cada mes de mayo tiene lugar el Festival Mundial del Durián en la provincia de Chanthaburi –responsable de casi la mitad de la producción nacional– donde se exhiben las mejores frutas, se organizan concursos y desfiles alegóricos en honor al “rey de las frutas”. Del mismo modo, en la ciudad de Dávao (Filipinas) el durián es protagonista del festival Kadayawan, lo que demuestra que en todo el Sudeste Asiático esta fruta tiene su propio legado cultural e histórico. En resumen, desde las cortes de antiguos sultanes hasta las granjas high-tech que hoy exportan vía e-commerce, el durián ha recorrido un largo camino. Su historia evolutiva – literal y figurativamente – refleja la intersección entre botánica, comercio y cultura regional.
Cultural: papel en la vida cotidiana, simbolismo y percepciones encontradas
Más allá de los números y la biología, el durián está rodeado de un aura cultural única. En Tailandia y países vecinos es mucho más que una fruta: es un símbolo, un orgullo local y a veces motivo de chistes y leyendas. Comencemos por su título nobiliario: se le llama el “rey de las frutas”, honor que en la tradición tailandesa comparte con la mangostán (considerada la “reina de las frutas”). Esta pareja real de la fruticultura incluso tiene una lógica yin-yang en la medicina popular: el durián se considera un alimento “caliente” que puede subir la temperatura corporal, mientras que el mangostán es “fresco” y ayuda a equilibrar, por lo que se suelen consumir juntos para armonizar el cuerpo – toda una alianza simbiótica real.

En la vida cotidiana de Tailandia, el durián ocupa un lugar especial durante la temporada. Muchas familias esperan con ansias los meses de cosecha para darse un capricho con sus durianes favoritos. No es raro que grupos de amigos hagan “quedadas” para ir al mercado nocturno a abrir un durián juntos y compartirlo en la mesa, casi como quien compra una ronda de cervezas. De hecho, han surgido buffets libres de durián en algunas plantaciones orientadas al agroturismo: por un precio fijo, los visitantes (locales y extranjeros) pueden comer toda la fruta que quieran directamente en la finca. Estas experiencias se han vuelto populares entre los más fanáticos, que recorren fincas en provincias como Rayong o Nonthaburi probando diferentes variedades y grados de madurez. Los agricultores a veces hacen demostraciones de cómo seleccionar un buen durián – golpeando la cáscara con una vara para escuchar el sonido hueco cuando está en su punto óptimo – y comparten trucos tradicionales, lo que añade un componente educativo y folclórico a la degustación.

Sin embargo, si algo define la relación cultural con el durián es la polarización de opiniones que genera. No existe el término medio: o se ama con pasión o se odia con todas las fuerzas, casi sin excepciones. Los locales que han crecido con su aroma suelen desarrollar un amor profundo por su sabor adictivo, hasta el punto de que lo describen con poesía. Para ellos el olor del durián es “interesante” y hasta apetitoso – “una fragancia intensa que te hace agua la boca”, dirían, con la nariz ya acostumbrada. En cambio, muchos extranjeros tienen una reacción inicial de rechazo absoluto: el olor les resulta insoportable y ni siquiera se animan a probar un bocado. Como bien resume un dicho popular, el durián “no admite tibiezas: te enamora o te espanta”. El fallecido chef y trotamundos Anthony Bourdain bromeó tras comerlo que te deja el aliento “como si hubieras besado a tu abuela muerta”, graficando con humor negro la pestilencia que puede percibir un no iniciado. Las descripciones grotescas abundan en boca de turistas: que si “huele a basura en llamas”, que si “es como calcetines sucios con cebolla”... ¡toda una colección de insultos olorosos! Frente a esto, los defensores del durián se enorgullecen y contraatacan: argumentan que su sabor es un manjar incomparable, dulce y cremoso como ningún otro fruto en la tierra. Hay quienes llegan a desarrollar un paladar exigente, distinguiendo sutiles matices entre variedades igual que un catador de vinos discierne entre cepas de uva. Para estos conocedores, cada tipo de durián tiene un “bouquet” particular de hasta 240 compuestos aromáticos volátiles, y la complejidad sensorial es parte del encanto casi adictivo de la fruta. Como dijo un entusiasta: “si soportas el primer olor, el durián te conquista y ya no podrás dejar de comerlo”.
Esta dualidad amor-odio ha dado pie también a tabúes y mitos curiosos. Ya mencionamos la creencia de no mezclarlo con alcohol, muy arraigada entre los locales (más vale prevenir que curar, piensan, ante el riesgo de un cóctel tan explosivo para el cuerpo). Otra superstición regional dice que los durianes “tienen ojos”: se afirma que nunca caen del árbol durante el día si hay gente debajo, como si el fruto tuviera la voluntad de no herir a nadie. (Recordemos que un durián cayendo desde 30 metros puede ser más letal que un coco, ¡cascos fuera!). En Indonesia incluso consideran buen augurio ser testigo de la caída de un durián maduro – suerte para el observador, no tanto para el desafortunado suelo. En el lado opuesto, existe un tabú para las mujeres embarazadas en algunas comunidades: no deben comer durián porque su “energía caliente” podría afectar al bebé, según creencias tradicionales sin base científica. También se cuentan leyendas sobre el origen del durián, como la historia malaya de un rey que intentó conquistar a una dama con una fruta insípida; un brujo la hechizó dándole olor infernal pero sabor divino, creando así el primer durián para ayudar (irónicamente) al enamorado. Mitos aparte, en la vida real el durián ha llegado a meterse en asuntos serios: su olor ha provocado evacuaciones de edificios al ser confundido con fuga de gas, y ha sido objeto de disputas familiares (imaginemos la pelea cuando alguien abre un durián a escondidas en la nevera compartida…). Aun así, la mayoría de tailandeses lo toma con humor. Saben que tienen en sus manos un tesoro apestoso: molestará a algunos, pero forma parte de su identidad cultural y gastronómica, y lo defienden con orgullo pícaro.

Por último, vale destacar cómo se refleja la presencia del durián en la vida moderna y la percepción de los turistas. En ciudades como Bangkok, el visitante despistado pronto descubre los infames carteles de “No Durian” en el metro, ascensores y hoteles. Al principio puede extrañar que una fruta merezca su propia señal de prohibición junto a “no fumar”, pero tras una olfateada queda claro… En los mercados locales, muchos viajeros se animan a probarlo como rito de paso: los puestos a veces ofrecen pequeños pedazos en bandejas, cuidadosamente envueltos en plástico para no enfurecer el entorno. Los vendedores observan divertidos las caras de los foráneos – desde valientes que se chupan los dedos hasta otros que huyen entre arcadas – y suelen decir con una sonrisa: “huele mal, ¡pero sabe a cielo!”. Para algunos visitantes, ese momento de comer durián se convierte en una anécdota memorable del viaje, ya sea porque descubrieron una nueva delicia o porque confirman que nunca más lo harán. Irónicamente, la reputación apestosa del durián también se ha convertido en gancho turístico: camisetas, imanes y souvernirs con la imagen del fruto espinoso se venden en mercados artesanales, proclamando “I survived durian” (sobreviví al durián) o “Team Durian” para los convertidos. Así, el durián vive entre el amor local y el sensacionalismo extranjero, pero definitivamente deja una impresión duradera en la cultura de quien se cruza en su camino.
Gastronómico: usos en la cocina tailandesa, preparaciones populares y temporada
En el terreno gastronómico, el durián brilla principalmente en el repertorio de postres y dulces de Tailandia. A diferencia de otras frutas tropicales, no suele comerse como simple fruta de mano (quizá por su aroma invasivo al pelarlo); en cambio, es típico disfrutarlo como un lujo de temporada al final de las comidas. La forma más tradicional y celebrada de comer durián en la cocina tailandesa es acompañado de arroz glutinoso con leche de coco. Este plato, conocido como Khao niao durian, consiste en servir la cremosa pulpa de durián madura sobre una cama de arroz pegajoso ligeramente dulce y bañado en leche de coco con un punto de sal. El contraste de texturas y la mezcla de dulzor con un puntito salado realzan la riqueza del durián – es similar al famoso mango con arroz glutinoso, pero llevado a otro nivel de intensidad. Muchos viajeros que inicialmente detestaban el olor encuentran esta combinación sorprendentemente deliciosa una vez se animan a probarla.

Además del arroz con durián, en Tailandia se utiliza la fruta para dar sabor a un sinfín de preparaciones dulces. Helados artesanales de durián son un éxito rotundo en las heladerías locales, ofreciendo ese sabor cremoso-natural sin necesidad de agregar lácteos (¡el durián ya aporta la textura de nata por sí mismo!). También hay batidos y smoothies de durián para refrescarse del calor tailandés – a menudo mezclados con leche o coco – que encantan a quienes se acostumbran a su perfume. En repostería, el durián aparece como relleno de pasteles, en galletas y en bombones de chocolate: por ejemplo, ciertas marcas locales cubren una pastita blanda de durián con chocolate negro, combinando amargo y dulce en un bocado exótico. Y si de golosinas se trata, no podemos olvidar las “chips” de durián y los caramelos. Las durian chips se elaboran friendo finas rebanadas de durián joven (cuando la pulpa aún está firme), resultando en unas crujientes láminas doradas con un ligero sabor dulce-aceitoso, muy populares como snack (y sí, huelen mucho menos que el fruto fresco). Los caramelos y toffees de durián, por su parte, concentran el sabor en pequeñas dosis masticables que suelen darse a probar a los turistas valientes. En los supermercados asiáticos incluso se consiguen dulces derivados como la pasta de durián – una especie de mermelada espesa o confitura – que se usa para untar tostadas o rellenar bollos. En suma, el perfil gustativo único del durián se ha incorporado a la confitería tailandesa de mil maneras, al punto que uno encuentra desde flanes y puddings hasta mooncakes (pasteles lunares chinos) rellenos de durián en épocas festivas.
Aunque menos común, el durián también tiene sus incursiones en platos salados locales. En la provincia de Chanthaburi, famosa por durianes de calidad, algunos restaurantes preparan curries de durián al estilo massaman, usando pulpa de durián poco madura en guisos con leche de coco, especias y carne, creando una fusión intrigante de dulce y salado. Igualmente, en ensaladas picantes tipo som tam se ha llegado a incorporar tiras de durián verde rallado en lugar de papaya, para dar un giro de autor a la receta tradicional. Estas preparaciones creativas no son parte del menú diario de la gente, pero demuestran la versatilidad del “rey de las frutas” cuando cae en manos de chefs innovadores. Con todo, la mejor forma de degustar un durián sigue siendo a lo natural: abrir la cáscara y comer su pulpa fresca y cremosa con una cuchara, apreciando cada matiz… preferiblemente al aire libre y en compañía de quienes también lo amen, ¡por consideración nasal!

Mercados y disponibilidad: Si te preguntas dónde conseguir durián en Tailandia, la respuesta es sencilla: en temporada, prácticamente en cualquier mercado local. El durián es una fruta estacional que no está disponible todo el año, lo que aumenta su expectación. La temporada alta varía según la región del país: en el centro y norte de Tailandia (provincias como Nonthaburi, Chiang Mai) comienza aproximadamente en abril y dura hasta julio, mientras que en las zonas más al sur (como Chantaburi, Surat Thani) puede extenderse hasta septiembre e incluso finales de año. Por eso suele decirse que los meses del monzón (de primavera a otoño) son la época del durián. Durante ese período, los mercados tailandeses literalmente se inundan de durianes. Es común ver puestos callejeros con verdaderas pirámides de frutas espinosas apiladas, formando un muro acorazado de color verde marrón. Los vendedores a menudo abren alguno para mostrar a los clientes la pulpa amarilla en su interior – y para evitar que el olor ahuyente a medio mercado, protegen esos durianes abiertos con varias capas de plástico film. En lugares turísticos populares como Bangkok, puedes visitar mercados famosos por su fruta de primera calidad, por ejemplo el mercado de Or Tor Kor, conocido por vender durianes premium (a precios premium, eso sí). También en Chinatown de Bangkok y en mercados nocturnos como el de Silom o el Owl Market de Nonthaburi hallarás abundante oferta durante la temporada. Fuera de la capital, provincias productoras organizan ferias directamente en las fincas donde se puede comprar al por mayor o degustar antes de elegir.
Un dato interesante es la diferencia de precios según la variedad y la procedencia. Un kilo de durián común (variedad Chanee o Mon Thong) suele costar entre 100 y 150 baht en el campo, pero en Bangkok puede subir a 300–500 baht/kg (unos 8–15 €) dependiendo de la demanda. Las variedades gourmet como la Kan Yao de Nonthaburi son otra historia: debido a su reputación legendaria, algunas piezas seleccionadas se venden por sumas astronómicas en subastas especiales – ha habido casos de millonarios chinos pagando más de 40.000 € por un solo durián excepcional de esta variedad. Claro está, ese es el extremo del mercado de lujo. Para el común de los mortales, probar un buen durián tailandés no requiere semejante fortuna: basta con acercarse al tendero adecuado en el momento adecuado. La degustación in situ también forma parte de la experiencia culinaria: muchos puestos te abrirán el durián allí mismo, separando los gajos carnosos para que los comas con las manos o con un palillo, a veces acompañado de arroz glutinoso empaquetado aparte. Solo recuerda la etiqueta local: es de mala educación llevar durián a sitios cerrados o intentar subirlo al transporte público; lo correcto es consumirlo en las inmediaciones del mercado o al aire libre. Después, unos gajitos de mangostán fresco pueden ayudarte a “refrescar” el cuerpo y el aliento – costumbre local cortesía de la reina de las frutas, siempre lista para asistir al rey.
Mi experiencia personal con el durián (y cómo logré acostumbrarme)
Lo curioso es que, pese a haber viajado varias veces a Tailandia, nunca me animé a probar el durián por pura pereza olfativa: el aroma me echaba para atrás. Fue gracias a Chat que me atreví, y con un plan sencillo y curioso: comencé con variedades menos olorosas y con una textura más firme y crujiente, no demasiado maduras. Esa fue la clave para que, poco a poco, mi nariz se acostumbrara y lograra disfrutar realmente del sabor. Con el tiempo llegué a preferir durianes que mantuvieran ese toque “crujiente” —lo suficientemente firme para morder— pero al mismo tiempo dulces y sabrosos.
Aquí en Suecia es diferente: los encontramos envasados en bandejas de plástico, cada gajo cuidadosamente separado y envuelto en un papel absorbente para mantener la frescura. El precio, eso sí, es elevado: alrededor de €30 por bandeja, algo que convierte esta delicia en un capricho ocasional más que en un consumo habitual.

Curiosamente, de vez en cuando aparecen durianes enteros en tiendas especializadas de productos tailandeses, aunque hace tiempo que no veo ninguno. Investigando un poco, descubrí que esto no se debe a una prohibición, sino más bien a cuestiones logísticas y estacionales: el durián fresco no está prohibido en Suecia, simplemente su importación no es frecuente. La normativa de la Unión Europea —y por extensión la de Suecia— exime al durián fresco de requerir certificado fitosanitario, al igual que otras frutas tropicales como piña, banana, coco y dátiles.
En realidad, lo que ocurre es que el durián fresco se importa muy poco por su corta vida útil, el alto coste logístico y, obviamente, su famosísimo olor. Por eso es mucho más habitual verlo en versión procesada, es decir, envasado en bandejas al vacío, congelado, en puré, en pasta o en snacks —más manejables y con distribución más sencilla— que en su forma natural y entera.
En conclusión, el durián ocupa un lugar estelar en la gastronomía tailandesa como un producto estacional de culto. Su uso en la cocina va desde lo tradicional (postres caseros, frutas frescas de temporada) hasta lo vanguardista (helados, snacks y platos de autor), reflejando tanto la herencia cultural como la creatividad contemporánea. Para los tailandeses, un año sin probar durián en su punto exacto de maduración sería impensable, casi una traición a su paladar nacional. Y para los viajeros gastronómicos, atreverse con el durián – por temible que parezca al principio – suele revelarse como una experiencia gratificante y memorable, digna de contar una y otra vez. Al final, el “rey de las frutas” bien merece su corona: apestoso y todo, reina en el corazón (y el estómago) de Tailandia. Buen provecho… ¡si os atrevéis!