Betty Pettersson: la primera mujer universitaria de Suecia y su legado feminista

Betty Pettersson: la primera mujer universitaria de Suecia y su legado feminista

Betty Maria Carolina Pettersson (1838-1885) es recordada como una pionera de la educación superior en Suecia y un símbolo temprano de la lucha por los derechos de las mujeres. En 1872 rompió una barrera histórica al convertirse en la primera mujer admitida en una universidad sueca, desafiando las normas de su época. Tres años más tarde, en 1875, se graduó y se convirtió también en la primera mujer sueca en obtener un título universitario. Su trayectoria académica y profesional, lograda en el contexto de una sociedad decimonónica conservadora, refleja un enfoque feminista e histórico: evidencia cómo las mujeres comenzaron a conquistar espacios vedados hasta entonces, enfrentando obstáculos sociales considerables y allanando el camino para las generaciones venideras.

Contexto histórico: la educación de las mujeres en la Suecia del siglo XIX

En la Suecia del siglo XIX, las oportunidades educativas para las mujeres eran extremadamente limitadas. Hasta mediados del siglo, a las niñas se les ofrecía principalmente educación elemental muy básica (generalmente en escuelas parroquiales o domésticas) y se esperaba que las mujeres de clase media alta se formaran para ser esposas o institutrices, pero no académicas. Un hito importante llegó en 1856, cuando la escritora y activista Fredrika Bremer publicó la novela Hertha, que denunciaba la falta de libertad de las mujeres y provocó un debate nacional. Este debate contribuyó a reformas legales como la de 1858, que otorgó la mayoría de edad legal a las mujeres solteras, señalando el inicio del movimiento feminista en Suecia. Sin embargo, la educación superior seguía cerrada para las mujeres.

Algunas aperturas graduales comenzaron en la segunda mitad del siglo XIX. En 1861 se fundó en Estocolmo la Högre lärarinneseminariet –la primera institución pública de educación superior femenina en Suecia– dedicada a la formación de maestras. Este seminario preparaba a mujeres para ser profesoras en escuelas de niñas, lo que representaba una opción profesional respetable aunque restringida al ámbito femenino. No fue sino hasta fines de la década de 1860 y principios de 1870 que las universidades suecas comenzaron a admitir mujeres, inicialmente de forma muy limitada. Un decreto real de 1870 permitió por primera vez que las mujeres se matricularan en estudios universitarios de Medicina, aunque bajo ciertas condiciones estrictas. Las áreas de humanidades y ciencias teóricas permanecían vetadas por considerarse dominios “masculinos”. De hecho, la plena igualdad formal en el acceso universitario no llegaría hasta 1873, año en que Suecia abrió todas las facultades a las estudiantes en igualdad de condiciones que los varones. Fue en este contexto de tímidas reformas donde emergió la figura de Betty Pettersson.

Infancia, formación y el camino hacia la universidad

Betty Pettersson nació el 14 de septiembre de 1838 en la ciudad de Visby, en la isla de Gotland. Hija de un guarnicionero (artesano talabartero) y de madre ama de casa, Betty creció en una familia de recursos modestos pero con ambiciones intelectuales. Su padre, decidido a mejorar la posición social familiar, le brindó toda la educación que estuvo a su alcance, convencido del talento de su hija. De niña, Betty asistió a una pequeña escuela privada local, lo que le permitió adquirir las bases educativas que la escuela pública de Visby difícilmente habría podido ofrecerle en ese entonces.

Al alcanzar la juventud, siguió la senda que estaba disponible para mujeres instruidas de su época: entre 1860 y 1871 trabajó como institutriz (gobernanta) para familias en distintas regiones de Suecia. Ser institutriz era una de las pocas salidas profesionales respetables para mujeres cultas, aunque implicaba quedar al margen de la educación formal que recibían los varones. Sin embargo, Betty aspiraba a más. En 1870, las autoridades suecas finalmente autorizaron que las mujeres rindieran el examen de mogenhetsexamen (también conocido como studentexamen, equivalente al bachillerato o examen de ingreso a la universidad). Betty no dejó pasar la oportunidad: en 1871 se presentó como estudiante privada en el prestigioso Nya Elementarskolan de Estocolmo y aprobó el examen, convirtiéndose en la primera mujer en Suecia en obtener el certificado de estudios secundarios necesario para acceder a la universidad. Este logro en sí mismo fue histórico y preparó el terreno para el siguiente paso aún más audaz.

La primera universitaria de Suecia: ingreso y vida en Uppsala

Armada con su título de bachillerato, Betty Pettersson puso su mira en la universidad, concretamente en la Universidad de Uppsala, la más antigua e importante de Suecia. Pero en 1871-1872 su ambición todavía enfrentaba un obstáculo legal: excepto en Medicina, las mujeres no eran aceptadas en las facultades tradicionales. Decidida a estudiar Filosofía y Letras (humanidades y lenguas), Betty redactó una petición al rey de Suecia solicitando un permiso especial para matricularse. Argumentó, con lógica impecable, que si el gobierno permitía mujeres en Medicina, no había razón para impedirles estudiar Historia u otras disciplinas teóricas. Sorprendentemente, su solicitud tuvo éxito: obtuvo la dispensa real para ingresar a la Facultad de Humanidades de Uppsala. En febrero de 1872, Betty se matriculó oficialmente, convirtiéndose en la única mujer entre 1.544 estudiantes varones en toda la universidad. A sus 33 años de edad, iniciaba sus estudios superiores en un entorno abrumadoramente masculino, un hecho sin precedentes en Suecia.

La vida universitaria de Betty Pettersson estuvo marcada tanto por el logro académico como por la soledad y el escrutinio público. Se unió a la nación estudiantil de Gotland (agrupación de alumnos originarios de su región natal) y cursó materias como Historia, Literatura moderna y Lingüística europea. Académicamente, demostró ser una alumna dedicada; tras casi tres años de estudios, en enero de 1875 rindió sus exámenes finales y obtuvo el título de filosofie kandidat (aproximadamente equivalente a una licenciatura) en lenguas europeas modernas y literatura. Con ello, Betty se consagró como la primera mujer en Suecia en graduarse de la universidad. Cabe destacar que mientras cursaba sus estudios, en 1873 el gobierno sueco por fin oficializó el derecho general de las mujeres a cursar cualquier carrera universitaria cumpliendo los mismos requisitos que los hombres. Betty había sido la pionera que anticipó esa reforma, aunque durante sus años en Uppsala siguió enfrentando restricciones informales pese al cambio legal.

Obstáculos sociales y resistencias enfrentadas

La experiencia de Betty Pettersson como estudiante fue pionera pero no estuvo exenta de dificultades, más allá de la carga académica. Al ser la primera (y por un tiempo la única) mujer en un mundo universitario exclusivamente masculino, tuvo que navegar por un ambiente socialmente hostil o al menos reticente a su presencia. Por ejemplo, las asociaciones estudiantiles –centro de la vida social universitaria– le negaron la participación plena por su género. Se debatía incluso si ella tenía derecho a usar ciertos símbolos estudiantiles, como la tradicional gorra blanca de estudiante, por considerarse hasta entonces una prerrogativa masculina. Esta exclusión subrayaba que, aunque legalmente admitida, Betty no era completamente aceptada por la comunidad estudiantil en igualdad de condiciones.

Asimismo, Betty tuvo que soportar críticas y burlas que reflejaban los prejuicios de la época. Un ejemplo notorio ocurrió años más tarde de su graduación, cuando el célebre escritor August Strindberg ridiculizó sus logros. En un cuento satírico (Giftas II, 1885), Strindberg la presentó de forma despectiva, llegando a afirmar que “la primera mujer en aprobar el examen estudiantil hizo trampa como ninguna antes; escondió un libro de gramática en su diccionario de latín… fue suspendida esa vez, aunque aprobó después”. Con este tono sarcástico, el autor minimizaba su hazaña y lamentaba que se la celebrara tras su muerte como pionera “de las mujeres –y los hombres”. Las palabras de Strindberg ilustran la resistencia cultural que enfrentaban las primeras mujeres profesionales: incluso cuando cumplían con los estándares académicos, había quienes buscaban desacreditarlas o mostrarlas como anomalías indeseables.

A pesar de estos obstáculos sociales, testimonios de la época sugieren que Betty se ganó el respeto de muchos en su círculo inmediato. Sus contemporáneos la describieron como una mujer de carácter firme y capacidad notable. Los pocos registros preservados señalan que fue considerada una educadora talentosa y apreciada por sus alumnos y colegas. Esta reputación positiva en su desempeño profesional ayudó a contrarrestar, al menos en parte, las actitudes negativas de sectores más reaccionarios de la sociedad.

Carrera profesional: primera profesora en la educación masculina

Tras graduarse, Betty Pettersson continuó derribando barreras. No se conformó solo con el título universitario, sino que quiso ejercer su formación académica en igualdad de condiciones. En la década de 1870, las mujeres suecas que optaban por la docencia normalmente trabajaban en escuelas femeninas, enseñando únicamente a niñas. Sin embargo, Betty aspiraba a enseñar también a varones, algo inusual en la época. Para lograrlo, de nuevo tuvo que solicitar un permiso especial del rey de Suecia. Obtenida la autorización real, en 1875 Betty fue contratada como profesora en un colegio masculino (la escuela elemental de Ladugårdsland, en Estocolmo, conocida luego como Östra Real). Se convirtió así en la primera mujer maestra en una institución pública para varones en Suecia, rompiendo otro “techo de cristal” profesional de su siglo.

En sus primeros meses en el colegio de varones, Betty ocupó un puesto a prueba (auxiliar), pero pronto demostró su competencia y pasó a ser profesora titular de tiempo completo. Sus alumnos –adolescentes poco acostumbrados a tener una maestra mujer– la valoraron positivamente. Sus colegas varones también reconocieron su calidad pedagógica, describiéndola como una docente hábil y querida en la comunidad escolar. Esto indica que Betty Pettersson logró integrarse profesionalmente y ganar autoridad en un ámbito dominado por hombres, validando con hechos la igualdad de capacidades entre ambos sexos. Su presencia en las aulas masculinas abrió la puerta para que otras educadoras siguieran sus pasos en las décadas siguientes.

Betty continuó enseñando con vocación y entusiasmo durante los años siguientes. Lamentablemente, su carrera fue truncada prematuramente: en 1885, con apenas 46 años, falleció a causa de la tuberculosis en Estocolmo. Hasta sus últimos días ejerció como profesora, comprometida con la formación de la juventud. Nunca contrajo matrimonio ni tuvo hijos, dedicando su vida principalmente a la enseñanza y al avance de las mujeres en el mundo académico.

Legado y contribución al movimiento de derechos de las mujeres

El legado de Betty Pettersson trasciende su propia vida, inscribiéndose en la historia más amplia de los derechos de las mujeres en Suecia. Su valentía al ingresar y triunfar en la universidad demostró de manera práctica que las mujeres podían rendir al mismo nivel académico que los hombres y ejercer profesiones intelectuales con igual competencia. Esta constatación fue poderosa en una época en que persistían teorías sobre la supuesta inferioridad intelectual femenina. Betty, sin proclamas estridentes, realizó un acto profundamente feminista: ocupar un espacio del que su género había sido excluido y desempeñarse con éxito. Su ejemplo inspiró a otras mujeres a seguir carreras universitarias y fortaleció los argumentos de las incipientes organizaciones feministas suecas que luchaban por la igualdad educativa.

Poco después de su graduación, más mujeres se animaron a transitar el camino que ella abrió. En 1883, Ellen Fries se convirtió en la primera sueca en doctorarse (obtuvo un Ph.D. en Historia), y aunque este logro todavía fue recibido con recelo por algunos profesores –uno declaró que esperaba que Ellen fuera también “la última” mujer en alcanzar el doctorado– la presencia femenina en la academia continuó en ascenso. Otras pioneras siguieron: Karolina Widerström, por ejemplo, completó sus estudios de Medicina en 1884 y se convertiría en la primera médica licenciada de Suecia pocos años después. En 1897, Elsa Eschelsson sería la primera mujer en graduarse en Derecho. Cada uno de estos hitos fue posible en parte gracias a la senda abierta por Betty Pettersson en la década anterior.

A pesar de la importancia de su logro, la figura de Betty Pettersson cayó en un relativo olvido durante algunas décadas tras su muerte. Hacia 1925 (cuarenta años después de su graduación pionera), una intelectual sueca, Andrea Andreen, lamentaba que la historia de Betty casi no se conocía y que muy pocos de sus documentos personales se habían conservado. En ese mismo año, la revista femenina Idun organizó una colecta pública para financiar una lápida digna en la tumba de Betty Pettersson, “como testimonio visible de sus hazañas”, ya que hasta entonces carecía de un monumento conmemorativo. Este gesto simbólico, promovido por activistas y periodistas de la primera ola feminista sueca, reconoció retrospectivamente a Betty como una precursora del movimiento. La principal asociación sufragista sueca de la época llevaba el nombre de Fredrika Bremer (en honor a la precursora literaria), pero empezaba a valorar también a estas pioneras educativas que encarnaron en la práctica la lucha por la igualdad.

En décadas posteriores, y especialmente en tiempos recientes, Betty Pettersson ha sido reivindicada con todos los honores que merece. Diversas placas conmemorativas hoy señalan lugares vinculados a su vida, como su casa natal en Visby y la escuela Östra Real en Estocolmo donde enseñó. La Universidad de Uppsala ha dado su nombre a uno de los grandes auditorios de su Facultad de Educación (Blåsenhus), perpetuando su memoria en el mismo recinto donde fue alumna solitaria y pionera. En septiembre de 2022, al cumplirse 150 años de su admisión en la universidad, Uppsala celebró un acto conmemorativo en homenaje a Betty Pettersson. Académicos y estudiantes recordaron cómo “Betty rompió un techo de cristal tras otro”, abriendo camino para las mujeres que vinieron después. Su historia, antes casi olvidada, se ha convertido en fuente de inspiración y orgullo: un recordatorio de que el progreso en igualdad de género se construye gracias a personas valientes que desafían las convenciones.

En suma, la vida de Betty Pettersson representa un capítulo fundamental en la historia feminista de Suecia. Desde su perseverancia para obtener educación en un sistema que la excluía, hasta sus logros profesionales que refutaron estereotipos, Betty fue una mujer adelantada a su tiempo. Su legado perdura no solo en los anales académicos, sino también en la conciencia colectiva de Suecia como ejemplo de cómo la determinación y la educación pueden derribar barreras centenarias. En cada joven sueca que hoy accede libremente a la universidad y en cada profesor o profesora que trabaja en aulas mixtas, hay un eco de aquella primera estudiante de 1872 que, con coraje y convicción, decidió cambiar la historia.